Aunque no era un día bello para los ojos de muchos, Manuel se bajó de su viejo camión, y comenzó a preparar todo lo necesario para cumplir su misión.
Mientras caminaba hacia lo más alto del edificio, pensaba que su trabajo era el mejor, subir al cielo y publicar anuncios los cuales alegrarían por un segundo la vida de todos.
Se sentía grande, poderoso y heroico. Últimamente percibía un cambio en sí, algo como una evolución, creía ser feliz, el positivismo brotaba por sus venas, no conocía el estrés, y las frustraciones eran actitudes que notaba como psicosis mentales, no las percibía, no las sentía, luego no existían.
En la azotea del edificio trabajo durantes varias horas, ansiaba terminar pronto, pero quería hacerlo despacio en aras de la perfección. Finalizó su labor con gran profesionalismo, y entusiasmo. Después se sentó con regocijo, y observó a su alrededor para experimentar una vez más esa sensación de gloria que tanto le satisfacía.
Carros de diferentes colores y tamaños cruzaban debajo de sus pies, tan rápido que las gotas de lluvia chocaban contra las ventanas y se les hacia difícil correr a pesar del viento.
Alcanzó a ver que nadie aun había apreciado su obra de arte, y quizás su anuncio era tan imponente y alto que la gente no lograba verlo; lleno de confusión e inconformidad, percibió un olor que le fue difícil reconocer al instante, pero que ya antes había conocido.
Minutos después entendió, que ese hedor era la fetidez de la decepción ante la falta de amabilidad y cultura, provocada por la aceleración del tiempo. Manuel se levantó extendió sus brazos al nublado cielo, y decidió poner fin a su efímera angustia.
Sin contar hasta 3 y sin nada de temor, saltó con la única esperanza de que todos pudieran ver que tan alta y hermosa era su valla de aguardiente Antioqueño.
Carmen Cecilia Álvarez Mazo.
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